viernes, 31 de enero de 2014

Una película: "La última noche" (2002)



Pueda que no sea la mejor película de Spike Lee, pero sin duda es la que más poso me ha dejado. Lejos de sus temas recurrentes y sus mensajes aleccionadores habituales, incluso prescindiendo de sus actores fetiches (exceptuando a su querida Nueva York, posiblemente el personaje más importante de la película), "La última noche" nos muestra las 25 últimas horas en libertad de Monty Brogan, un camello de Manhattan que deberá pagar por sus delitos en la cárcel durante los próximos siete años.

Edward Norton compone un personaje antiheróico con muchos matices. Es un hombre educado, atractivo, simpático, inteligente, y realmente nos da lástima que vaya a ir a la cárcel, a pesar de que sabemos lo que ha hecho: ha elegido  el camino fácil, es vendedor de drogas y se gana la vida con el sufrimiento y la adicción de muchas otras otras personas. Dejando a un lado un espíritu didáctico que no le habría venido bien a la película, Spike Lee nos lleva junto a Monty en este último día en el que intentará quedar en paz consigo mismo y aprovechar al máximo cada instante junto a su padre, sus amigos y su novia.



La película data del año 2002, y toda ella está bañada de una atmósfera post 11-S muy ligada al tema central del filme. Todas las sensaciones que dejaron sobre los neoyorquinos los fatídicos atentados (ira, dolor, desconfianza...) son las mismas que siente Monty (ira hacia sí mismo por no haber sabido dirigir bien su vida, dolor por todo lo que va a perder, desconfianza hacia aquellos que piensa que le delataron) y de las que deberá intentar liberarse para ir a la cárcel con la cabeza fría en la medida de lo posible. A Edward Norton le acompaña un reparto de alto nivel con Philip Seymour Hoffman, Barry Pepper, Rosario Dawson, Anna Paquin y un Brian Cox que interpreta a la perfección a un padre lleno de una inmensa sensación de culpa por no haber sabido ayudar a su hijo cuando más necesitaba un empujón en la dirección correcta. La dirección de Spike Lee es magistral (buen detalle ese de mostrarnos dos veces cada abrazo, cada muestra de afecto) y tiene varias escenas que se quedan marcadas, quizás la más recordada sea el monólogo de Monty frente a los espejos del lavabo, cuando vuelca toda su ira y frustración sobre cada una de las personas a las que ha querido y que le quieren, manda al infierno a todas las personas que pueblan Nueva York y desea que arda hasta el más mínimo rincón de la ciudad. Y a pesar de ello, finalmente se mira a sí mismo y reconoce que él es el único culpable de su situación. Una de las cosas más difíciles en esta vida es aprender a pedir perdón y a perdonar, sobre todo cuando debemos pedir perdón a nuestras personas más cercanas y cuando hemos de perdonarnos a nosotros mismos.


Mención aparte para la espléndida fotografía de Rodrigo Prieto (genial uso de los colores fríos y los reflejos) y la banda sonora de un habitual de Spike Lee: el músico de jazz y compositor Terence Blanchard. En esta ocasión se aleja del jazz, y compone una banda sonora de gran dramatismo sinfónico que refleja muy bien la angustia interna del protagonista y los sentimientos encontrados que experimenta durante esas últimas 25 horas. 



Los errores forman parte de nuestra vida, todos los cometemos en mayor o menor grado. No hay manera de volver hacia atrás en el tiempo y corregirlos, pero sí es posible y necesario aprender de ellos y utlizar esa experiencia adquirida para empezar de nuevo. Empezar desde cero, como ese Manhattan golpeado por el 11-S que tanto nos subraya la película, y redirigir nuestras vidas mientras hay tiempo.

UNA ESCENA: La que, bajo la bella banda sonora de Blanchard, nos muestra el trayecto del protagonista a la cárcel en el coche de su padre.

NOTA: 9/10

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